algunos mitos sobre la tecnología – Investigación Docente

Educación

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Recomiendo leer:

La idea básica que la autora nos lanza en el libro es que necesitamos información para construir conocimiento. Es decir, que la memoria a largo plazo no está separada de la cognición humana, más bien al contrario, está realmente configurando cómo pensamos. Todo lo que vemos, oímos y pensamos es dependiente de lo que ya hay en la memoria a largo plazo. En lo que nos permite interpretar una misma palabra de dos maneras diferentes, como por ejemplo cuando comprendemos banco como un depósito de dinero o como un conjunto de peces. Ya hemos hablado de esto muchas veces en el blog, por ejemplo aquí o aquí también.

Vamos a utilizar el mismo ejemplo que utiliza la autora, y que es del gran Dan Willingham. Pido al lector que lea esta frase a ver qué le parece:

Le creí cuando decía que tenía una casa en el lago, hasta que dijo que estaba a sólo 5 metros del agua cuando la marea subía.

Es fascinante presentar esta frase, porque en función de los esquemas que poseamos en la memoria a largo plazo la comprenderemos del todo o no. ¿Cuál es el truco? Que los lagos no tienen mareas. Por eso el conocimiento es información organizada, y difícilmente puede sustituirse simplemente buscando en internet. lo que nos lleva a la siguiente idea:

Necesitamos conocimiento para buscar en internet

Es evidente que buscar en internet está bien. Lo utilizamos continuamente, por ejemplo para leer este blog. Lo que es importante comprender es que la habilidad de buscar información requiere unos cimientos conceptuales. Buscar información debe entenderse como una tarea cognitiva de orden superior: cuando sabes algo del tema sobre el que estás buscando información, es mucho más fácil construir una búsqueda relevante. La paradoja aquí es que las fuentes de referencia son más útiles para la gente que sabe algo sobre él, y menos útiles para los que son completamente ignorantes sobre él. Esta es la razón por la que a los adultos nos parece tan útil utilizar fuentes de referencia.

Y, sin embargo, este tipo de cimientos conceptuales los tenemos tan incorporados que nos olvidamos lo complicado que es dar sentido a un texto del que no sabemos nada. El problema se agrava cuando hablamos de la desinformación, y aquí la autora es tajante: necesitamos conocimiento para detectar mentiras.

Conocer el alfabeto cuando buscas en el diccionario es parecido a saber cómo construir una búsqueda en Google. Ambas son informaciones útiles, aunque por sí mismas no garantizan que puedas encontrar la fuente que necesitas y, sobre todo, extraer significado de ella.

Sin embargo, hay una diferencia importante entre la manera en que buscamos en papel y buscamos en fuentes de información online. Con el papel, acudimos a una fuente cuya fiabilidad depende de la propia fuente: alguien se ha encargado, casi siempre, de revisar ese contenido. Sabemos quién publica y quién revisa el contenido, aunque a veces su línea de pensamiento no nos guste. Pero la búsqueda online empieza con toda la web, y no conocemos qué fuentes son referentes, quién las crea o quién las revisa. La ventaja es clara: tienes acceso a muchísimas más fuentes. Pero la desventaja también es clara: no tienes ni idea de lo fiable que es cada una de esas fuentes. Seleccionar fuentes fiables no es una habilidad general, sino que es específica del ámbito de conocimiento. Un ejemplo de esto es el «Pulpo arborícola del noroeste del Pacífico», un animal ficticio descrito en una página web (la tenéis pinchando aquí) ficticia y que fue mostrada a un grupo de estudiantes de 11 años para evaluar la fiabilidad de la información. Todos ellos dijeron que el animal era real, y todos menos uno que la página era muy fiable. El problema es que para interpretar esta web es necesario saber que los pulpos son animales acuáticos y que nunca podrán vivir en un árbol.

Un ejemplo similar lo podemos encontrar en las propias pruebas PISA. En una pregunta, respondida por 25000 alumnos de 15 años de 19 países diferentes, se les pedía explicar si una noticia de una página web sobre el olor de la pizza era una «fuente de información válida para un trabajo sobre el olfato». Sólo el 25% identificaron la respuesta correcta. Una respuesta frecuente era que «la noticia era fiable porque había gráficas al lado».

Por supuesto, esto no demuestra que la ausencia del conocimiento era el problema. Pero lo que sugiere es que enseñar a los alumnos cómo evaluar la fiabilidad de una web es más complicado de lo que parece.

Otro aspecto interesante que nos cuenta Daisy Christodoulou es que el papel no es interactivo, y la fuentes online sí suelen serlo. Esto es una ventaja de las fuentes online, como vimos en la entrada anterior sobre la adaptabilidad de los materiales. Al ser interactivas, permiten reproducirse varias veces, o volver para atrás en un vídeo porque no estamos seguros de haberlo entendido. ¿Cuál es el peligro entonces de páginas como YouTube o Twitter? Que recomiendan contenidos que se parecen a lo que has consultado en el pasado, de forma que la desinformación puede expandirse inevitablemente, reforzándose con el tiempo. No es una interactividad «neutra», sino que hay un algoritmo que decide también lo que es más visible para ti.

En conclusión a esta parte: por supuesto que saber cómo buscar bien en internet es una habilidad importante. Pero como podemos intuir de las ideas de esta entrada: para aprender de manera independiente no es bueno empezar a aprender de manera independiente. De igual manera: no aprendes a buscar en internet buscando muchas veces en internet. Y la prueba somos nosotros mismos. Por eso, necesitamos diseñar buenos contenidos, por ejemplo hablando de las fuentes de referencia de una disciplina. A largo plazo, paradójicamente, es lo que mejor les ayudará a buscar en internet.

Los trabajos del futuro

En la siguiente parte, la autora da un buen repaso a una idea que quizás habremos escuchado repetidamente: en el futuro necesitaremos otras habilidades porque los trabajos serán diferentes. La propia Daisy Christodoulou reconoce que las tecnologías están mejorando muchísimo y muy rápido en muchas áreas, y que podemos esperar que eso tenga un impacto en los trabajos y en la economía. Sin embargo, no piensa que vaya a suceder lo mismo en la educación por tres razones:

La primera es que la escuela tiene que ver con habilidades y conocimientos más fundamentales de los que se necesitan en el mundo laboral. Podemos imaginar un mundo de coches que se conducen solos, pero es más difícil imaginar un mundo en el que no haga falta leer bien. Es más probable que leer bien sea un requisito de muchos trabajos del futuro, aunque no se hayan inventado.

La segunda es que muchas habilidades que son económicamente muy bien valoradas dependen de otras habilidades y conocimientos que no lo son. Para adquirir las habilidades que los ordenadores no tienen, deberás trabajar aquellas que sí tienen. Esto sucede con la creatividad, por ejemplo. En su libro «Where Good Ideas Come From», Steven Johnson demuestra que mucha innovaciones disruptivas (por emplear el término de moda) son más bricolaje que otra cosa, ensamblando habilidades y técnicas ya conocidas de una manera nueva. Por ejemplo, Gutenberg desarrolló la imprenta gracias a sus habilidades como herrero y a sus conocimientos de cómo funcionaba una prensa de vino. Es decir, no inventó de la nada una tecnología, sino que cogió algo de un campo diferente y le dio un uso nuevo. De la misma manera, Steve Jobs en su presentación del iPhone explicaba que en el fondo se trataba de un teléfono, con un iPod integrado, más una cámara de fotos, etc.

Y la tercera razón es que las escuelas no están preocupadas solamente con preparar laboralmente a su alumnado. También les preparan para ser adultos y ciudadanos. Así que no es apropiado evaluar lo que se aprende sólo por su valor económico. Enseñamos literatura no porque tenga valor económico, sino porque ayuda a comprender el mundo. Debemos valorar lo que enseñamos en la escuela basado en el valor que puede aportar a nuestro alumnado.

Crear materiales utilizando las tecnologías

Otra advertencia de la autora es que cuando creamos materiales diseñados para las TIC no podemos seguir las mismas pautas que con el papel. Para desarrollar buenos materiales, la autora recurre a los principios del aprendizaje multimedia de Richard Mayer, especialmente a tres:

  1. El principio multimedia: es mejor presentar a la vez textos e imágenes que por separado. Esto se debe a que ambos tipos de información tienen canales de entrada diferentes en nuestra memoria de trabajo, por lo que podemos optimizarla mezclando ambas.
  2. El principio de la atención dividida especifica además que es mejor insertar en texto dentro de la imagen que corresponda, para que nuestra atención no tenga que navegar entre dos espacios diferentes. Esto pasa por ejemplo cuando la imagen se encuentra en una diapositiva diferente, por ejemplo.
  3. El principio de la redundancia es quizás el más común: leer en voz alta un texto que ya está escrito es redundante y no beneficia el aprendizaje. Si está escrito, se lee en la presentación o en el vídeo. Si se graba un audio o se está en clase hablando, no se añade un texto que lo repita.

Termino aquí esta segunda entrada del blog, y os dejo con una tabla que resume estos principios multimedia de Richard Mayer.



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