Por favor, no maten al mensajero: el verdadero papel de las rúbricas en evaluación
Recomiendo leer
El motivo principal de escribir esta entrada es la lectura de la revisión de Ernesto Panadero y colaboradores sobre el uso de las rúbricas que podéis leer en abierto en este enlace. Además de eso, en los últimos años he podido compartir con muchos docentes de etapas e instituciones diversas sobre evaluación formativa, y he podido detectar que las rúbricas siempre estaban presentes aunque sin saber muy bien para qué utilizarlas, o incluso a veces como un instrumento de «tortura evaluadora» que obliga a los docentes a rellenar unas hojas de Excel mayores que las del departamento de contabilidad del mayor banco del país.
Así que, por si ayuda a aclarar las ideas, vamos a profundizar un poco en el uso de las rúbricas. En primer lugar, la rúbrica es un instrumento que, bien construidas y utilizadas, permiten a los alumnos saber lo que significa en la práctica lo que es más importante y qué características y contenidos tiene ese trabajo de calidad que deseamos. Esta es la idea fundamental de esta entrada.
Según nos cuentan Panadero y colaboradores, la definición de rúbrica, tomada a su vez de Brookhart (pincha aquí para leer las entradas de su libro), se acerca a una herramienta que:
- articula las expectativas para el trabajo del estudiante enumerando los criterios para el trabajo.
- las descripciones del nivel de rendimiento a través de un continuo de calidad.
A veces también se dice que las rúbricas contienen «tres características esenciales: criterios de evaluación, definiciones de calidad y una estrategia de puntuación» (Popham, W. J. (1997). What’s Wrong—and What’s Right—with Rubrics. Educational Leadership, 55(2), 72–75.). Sin embargo, una rúbrica diseñada con fines formativos puede no incluir una estrategia de puntuación explícita, sino sólo criterios de evaluación, los niveles de rendimiento correspondientes y una descripción de las intersecciones entre criterios y niveles de rendimiento. Es decir, la estrategia de puntuación es un elemento accesorio, no fundamental, de la rúbrica.
Normalmente, la primera columna de la izquierda presenta los criterios de evaluación. El resto de las columnas contienen los distintos niveles de rendimiento, que pueden variar en su dirección de alta a baja calidad o, viceversa, de baja a alta. La primera fila puede contener etiquetas para los niveles de rendimiento (por ejemplo, «sobresaliente», «deficiente», etc.), y también puede incluir los puntos que se conceden para cada nivel. También existen otros diseños, menos comunes, que incluyen las mismas características, pero utilizan una representación diferente (por ejemplo, círculos concéntricos).
La idea fundamental subyacente a las rúbricas es que si se proporciona transparencia a la evaluación, mediante criterios y niveles de rendimiento, cabe esperar que el alumnado esté en mejores condiciones de decidir si es capaz o no de realizar la tarea. Si creen que pueden, la autoeficacia debería aumentar, al igual que el uso de estrategias productivas de autorregulación, y por tanto el aprendizaje.
En diversos artículos de Ernesto Panadero (los tenéis en la sección «Artículos imprescindibles» del blog) se aportan indicios de que las rúbricas facilitan varios aspectos del aprendizaje autorregulado. Por lo tanto, la mejora de la autorregulación puede ser un resultado potencial del uso de rúbricas. Sin embargo, el aprendizaje autorregulado es también un posible moderador, ya que los estudiantes pueden utilizar estrategias de autorregulación junto con las rúbricas para mejorar su desempeño.
Es decir, que si se explicitan niveles de rendimiento no es para poder obtener una puntuación, sino para ayudar al alumnado a comprender en qué lugar está del desarrollo de una tarea, qué pasos ha dado y cuáles les quedan.
En resumen, la rúbrica es un instrumento para clarificar objetivos y criterios, para fomentar la autorregulación en su fase de planificación y monitorización, y no para calificar de manera final. Se trata de un instrumentos en los primeros momentos del aprendizaje, cuando decidimos qué hacer y cómo hacerlo. Por eso nos puede ayudar luego a controlar qué tal lo estamos haciendo, comparando nuestro trabajo con los elementos de la rúbrica. Constituyen descripciones de calidad, y por eso tenemos que cuidar que no sean representaciones imperfectas de lo que queremos decir por calidad. Por ejemplo, un ítem de la rúbrica puede ser: contiene una explicación sostenida y concisa, y para algunas personas sostenida quiere decir larga y concisa quiere decir corta. Las rúbricas identifican aspectos de la calidad y los elevan a un estatus especial, porque sólo esos aspectos son mencionados y priorizados a expensas de otros, por lo que hay que pensar bien en qué aspectos de la rúbrica incluimos y cuáles no.
Una idea que yo utilizo es construir la rúbrica a modo de lista de chequeo, donde cada color representa un nivel de desempeño, incorporando sucesivamente elementos. Así, cada momento de revisión supone pensar en qué elementos nuevos incorporar. Un ejemplo de una página web de nutrición que realizamos en 3º ESO (14-15 años).
Por tanto, las rúbricas tienen una papel evidente en ayudar a los alumnos a comprender lo que tienen que incluir en la web, pero es importante recordar que se trata de colecciones de criterios de éxito organizados en una cuadrícula o, en el ejemplo anterior, en una lista. Es innegable, pese a todo lo expuesto, que suponen un buen modo de comunicar a los alumnos lo que deberían realizar y la base sobre la que se evaluará (el docente, sus iguales, ellos mismos) su trabajo.
Otro aspecto interesante es que las rúbricas pueden referirse a un objeto o producto final, pero también a un proceso. Hablaremos más de esto en futuras entradas, gracias a un libro que me hizo llegar Aureli Sánchez y que todavía estoy trabajando para el blog. Por ejemplo, podemos construir rúbricas mientras observamos ejemplos o modelos, de manera que nos permitan asociar cada aspecto de la rúbrica a un aspecto concreto del modelo o ejemplo. En el ejemplo que os propongo, lo que me interesa no es que aparezca un “Sí” en todos los párrafos, sino que cada párrafo se utilice para un proceso: en el primer párrafo definimos el problema; en el segundo párrafo identificamos y exploramos las pruebas; y en el último párrafo conectamos las pruebas con el problema. De esta manera el proceso «escribir una argumentación basada en pruebas», que resulta muy abstracto para el alumnado, se concreta un poco más.
Tengo que… | Párrafo 1 | Párrafo 2 | Párrafo 3 |
Definir el problema | Sí / No | Sí / No | Sí / No |
Identificar evidencias | Sí / No | Sí / No | Sí / No |
Explorar las evidencias en detalle | Sí / No | Sí / No | Sí / No |
Conectar las evidencias con el problema | Sí / No | Sí / No | Sí / No |
Finalmente, en esta pequeña revisión del uso de las rúbricas comparto los fallos comunes en el uso de las mismas que he detectado en mí mismo a lo largo de los cursos. Como ya hemos dicho, mi fallo fundamental era utilizar las rúbricas como herramientas de calificación final. Yo tenía en la cabeza el número que deseaba que saliera y simplemente rellenaba la rúbrica en consecuencia. Para eso no hace falta una rúbrica, o como dice Mariana Morales: “Utilizar las rúbricas para calificar es como utilizar la Thermomix para rallar el pan”.
Otros fallos comunes en las rúbricas son:
- Utilizar una terminología confusa que no aclara los niveles de desempeño. Por ejemplo, cuando hablamos de una actividad “ordenada”, ¿qué significa exactamente? Probablemente todo nuestro alumnado pretenda ser ordenado, pero su percepción de lo que es el orden y la cantidad de orden aceptable es lo problemático.
- Los niveles de logro son intervalos, y por tanto se sobrentiende que la diferencia entre niveles de logro es constante y semejante. Resulta muy confuso que esto no sea así, por ejemplo cuando un nivel de logro es “mucho”, el siguiente es “bastante” y el siguiente es “nada. ¿La distancia entre “mucho” y “bastante” es la misma que entre “bastante” y “nada”?
- Si se utilizan palabras generales, es difícil comprender exactamente a qué se refieren. Por eso, hay que aterrizar en lo posible la rúbrica a la actividad en cuestión. Este aspecto es clave: puedo desarrollar una rúbrica que me sirva como guía para una presentación de clase en general, pero luego tendré que adaptarla a “presentación de volcanes”, “presentación del sistema respiratorio”, etc.
- Elaborar una rúbrica con mucho cuidado y pensamiento, pero luego no utilizarla lo suficiente en clase. Si la rúbrica ha de servir para mejorar la regulación del trabajo, ha de ser un instrumento fácil de consultar y que se consulta a menudo. De esta manera, hacerla clara y disponible, comenzando todas las sesiones del trabajo con un recordatorio de sus elementos, es una buena idea. Puede ser muy frustrante comprobar después de unos días que esa valiosa rúbrica no ha sido utilizada para apenas ningún grupo.
Para concluir, afirmamos con los autores del artículo que: “si se proporciona transparencia a la evaluación, mediante criterios y niveles de rendimiento, cabe esperar que los estudiantes estén en mejores condiciones de decidir si son capaces o no de realizar la tarea. Si creen que pueden, la autoeficacia debería aumentar, al igual que el uso de estrategias productivas de autorregulación”. Espero que esta entrada ayude a clarificar y a utilizar las rúbricas en el proceso de evaluación formativa.