Recomiendo leer:
Este capítulo empieza con una recapitulación de iniciativas para repartir dispositivos en distintas partes del mundo. Por ejemplo, habla del «One Laptop Per Child» (OLPC) o de la iniciativa «Minimally Invasive Education» (MIE) propuesta por Sugrata Mitra en la India. En ambos casos, su punto de partida es similar: basta con proporcionar acceso a un dispositivo para que los niños aprendan. Sin embargo, ambas iniciativas proclaman sus bondades pero nunca han realizado un estudio serio sobre su eficacia. Y cuando lo han hecho, el propio programa OLPC fue abandonado porque no mostró ningún efecto sobre el rendimiento escolar (por ejemplo, aquí). Y en cuanto al MIE, muchos de los ordenadores fueron robados tras su instalación, el contenido estaba en inglés y no en hindi y el uso mayoritario de los dispositivos que quedaron fue poco sorprendente: jugar y ver vídeos de música.
Estas ideas no son aisladas, forman parte de una tendencia que rechaza el diseño instruccional bien pensado en favor del poder transformativo de la tecnología por su sola presencia. Pero los dispositivos no son neutros. La priorización de los medios sobre el contenido hunde sus raíces filosóficas en las ideas de Marshall McLuhan, para quien «el medio es el mensaje». Pero sabemos que, en educación, esto no es exactamente así. Por ejemplo, el gran psicólogo Richard E. Clark ya mostró indicios de que el uso de la TV en educación no era tan beneficioso como se podría pensar. En 1983 escribió esta frase:
Los medios de comunicación son vehículos que pueden transportar aprendizajes pero no influencian más que el camión que reparte la carne influye en nuestra nutrición.
R.E. Clark, 1983 (podéis leer más pinchando aquí)
Sin embargo, Daisy Christodoulou es cuidadosa con esto. «El medio no es el mensaje»… ¿pero es neutral? La respuesta para ella es clara: NO. Los dispositivos hacen ciertos mensajes más fáciles de difundir, mientras que otros no lo son tanto. Es decir, el propio diseño de los dispositivos influencia qué tipo de mensajes se disparan con más facilidad.
Conectividad y atención humana
Citando a otro de los grandes psicólogos cognitivos, Herbert Simon: en un mundo donde la información es gratis, lo que se vuelve escaso es lo que la información consume: la atención. Este problema de información ilimitada compitiendo por una atención limitada se ha exacerbado por la dependencia de la publicidad de todo lo que se publica. Por eso este blog es gratis y sin publicidad. Las grandes compañías tecnológicas son comerciantes de atención: capturándola y vendiéndola como negocio. Nada de esto es nuevo, es lo que los periódicos llevan haciendo desde hace siglos. Pero la diferencia no es sutil: una empresa de zapatos que pone un anuncio en un periódico fabrica y vende zapatos. Cuando una empresa vende atención, lo que quiere es capturar y vender cada vez más atención.
Al final, su misión consiste en convertir el uso de su app o página web en un hábito. Y para ello se valen de todo un arsenal de descubrimientos científicos al respecto. Por ejemplo, B.J. Fogg es el director del Persuasive Technology Lab de la Universidad de Stanford, y creador del modelo de cambio de comportamiento. Estas tácticas no son buenas o malas en sí mismas: crear hábitos puede ser el principio de una dieta más saludable, o la motivación para salir a correr todos los días. La cuestión es reconocer que los dispositivos que usamos están diseñados para ser captadores de atención. Por eso he mirado el móvil 6 veces mientras escribía esta entrada, hasta ahora.
Y todo esto tiene impacto sobre el aprendizaje de nuestro alumnado. Por ejemplo, en 2016 Carter, Greenberg y Walker permitieron a un grupo de estudiantes llevar dispositivos a algunas partes del curso, pero no en otras. Los resultados fueron mejor en las partes sin dispositivos, aunque en algunos casos eran las más difíciles. En 2018 Glass y Kang dividieron a un grupo de estudiantes en dos: unos podían llevar dispositivos a clase y otros no. El grupo sin dispositivos lo hizo mejor. Pero lo sorprendente es que incluso las personas en el grupo que podía llevar dispositivos pero que decidieron no hacerlo lo hicieron peor. Esto sugiere que puede existir un efecto distractor incluso por la sola presencia del dispositivo, algo que ha sido comprobado en otros estudios.
¿Cuál es la solución?
En la parte final del capítulo la autora nos propone algunas soluciones:
- Hacer el aprendizaje más divertido, para que compita exitosamente contra las distracciones de internet. El problema es que no necesitamos captar la atención, sino sostenerla. Y los métodos para sostener la atención suelen ser éticamente dudosos: juegan con nuestras inseguridad y crean situaciones de tensiones. Incluso las mejores clases pueden no captar la atención de todos.
- Enseñar a los estudiantes a autorregularse. Esta opción parece que tiene más sentido que la anterior, aunque la realidad es que de momento sabemos poco acerca de cómo conseguirlo. Incluso en adultos. Cualquier estrategia que mejore la autorregulación del alumnado puede ayudar, aunque necesitamos más investigación para comprobarlo.
- Prohibir los dispositivos. Hay un par de estudios que muestran indicios de que al prohibir los dispositivos mejora la atención y el aprendizaje. Sin embargo, no podemos prohibir todos los dispositivos, todo el tiempo. Más bien, necesitamos encontrar una forma de aprovechar sus ventajas.
- Adaptar los dispositivos, permitiendo algunos usos de los mismos pero no otros. Este parece un camino prometedor, a medida que generamos un entorno en el que ayudamos a la autorregulación haciendo más difíciles las distracciones. El problema es que no siempre podemos asegurar que se bloquean todos los usos equivocados de los dispositivos, además de que requieren de una pericia tecnológica que no siempre se puede asegurar entre el profesorado.
En resumen, combinar estos cuatro elementos en función de las circunstancias. Y promover evaluaciones internas sobre el verdadero uso de la tecnología en el aula en nuestro centro para poder ir tomando decisiones que se basan en lo que de verdad ocurre.
Conclusiones al libro
¿Necesitaremos personas en educación? Seguro que sí. Las relaciones humanas y el aprendizaje académico está mucho menos separado de lo que solemos pensar. Por ejemplo, los niños pequeños pueden aprender sonidos de una lengua extranjera cuando los escuchan de una persona, pero cuando escuchan esos sonidos de un vídeo, no los aprenden tanto (artículo aquí). Los docentes aportamos motivación y, en muchos sentidos, dan cuerpo al aprendizaje: compartir la atención es un poderoso mecanismo de aprendizaje. Las relaciones personales son claves para compartir y comunicar. También para aprender los hábitos y prácticas tácitas que compartimos en el aula. Nuestro alumnado va a la escuela no sólo para aprender conocimientos académicos, sino para aprender a ser adultos.
¿Necesitaremos tecnología en educación? Seguro que sí. a mayor ventaja de la tecnología sobre las personas es su consistencia y replicabilidad. Los sistemas adaptativos y el contenido digital bien diseñado tiene la ventaja de que puede ser llevado a una escala mucho mayor. Casi todas las charlas educativas de la gran @imgende, por ejemplo, hubieran sido imposible de llevar a tantísima gente si no fuera por la tecnología. Es un medio para coger algo muy bueno y acercarlo a muchísimas gente.
Por tanto: combinemos tecnología y docentes. Tomemos lo mejor de la tecnología y diseñemos herramientas para que los docentes puedan crear contenidos digitales excelentes. Adaptemos los sistemas para proveer de un feedback al que no nosotros no llegamos. Extraigamos los mejores datos para ayudar a cada persona. Generemos programas de desarrollo profesional docente que incorporen lo mejor de los MOOC, por ejemplo en el curso online más realizado de la historia que va precisamente de la ciencia del aprendizaje: https://www.coursera.org/learn/learning-how-to-learn
En definitiva, y a pesar del título del libro, combinemos ambas fortalezas para lograr aprendizajes más duraderos, especialmente en aquellas personas que más lo necesitan.